Es un comportamiento habitual de las personas que tratamos de hacer opinión publica, el ser un poco ligeros en proferir juicios críticos en relación a la conducta de otras personas. Normalmente nos sentimos cómodos reprobando y condenando las acciones de los demás, olvidándonos que todos absolutamente todos cometemos errores, ya decía un sabio, que errar es de humanos y el corregir es de sabios.
En mis años mozos escuchaba una expresión “El que escupe para arriba, cuando viene a ver le cae la saliva en la cara”. Por su parte las sagradas escrituras dicen: “No juzguéis para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os volverá a medir” (Mateo 7:1-2). Es decir, tenemos que ser cuidadosos a la hora de criticar la conducta de un ciudadano, no importa cual haya sido el evento en el cual esté involucrada una persona.
En este sentido, el apóstol Santiago en el capítulo 3:8 se refiere al gran problema que tenemos con ese órgano pequeño que es la lengua, que sirve para decir cosas buenas y hermosas, pero también para lanzar expresiones hirientes que siembran odios entre amigos. El apóstol señala: “La lengua es un mal que no puede ser refrenado, lleno de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la semejanza de Dios”.
Entendemos que podemos hacer un comentario sobre cualquier suceso que esté en el tapete en los medios de comunicación, pero con cierto comedimiento, con prudencia, evitando el ser implacables, porque hoy por mi, mañana por ti. Algunas personas dirán yo soy una persona moral que nunca haría tal o cual acto y en realidad es un tremendo riesgo el jactarse, porque la vida nos dice que el que no cojea de la mano, cojea de los pies.
Este problema de ser inmisericordes en el momento de juzgar los actos de los demás, lo podemos ilustrar con la situación que se le presento al rey David en Israel, cuando dispuso que el esposo de Betsabe lo colocaran al frente del pelotón de batalla, para que lo mataran y entonces él quedarse como en efecto se quedó con la viuda Betsabe. Resulta que Dios ante tan abominable crimen, le envía al profeta Natán y este le narra una historia en forma de parábola.
Natán le dice al rey David: ¨Habían dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas. Pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado… Y vino uno de camino al hombre rico, y este no quiso tomar de sus ovejas ni de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomo la corderita de aquel hombre pobre y la guiso para aquel que había venido a él”.
Fíjense cuál es la reacción del rey ante este relato: “Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre y dijo a Natán. ¡Vive Jehová que el que tal hizo es digno de muerte! Y debe pagar cuatro veces por la corderita…Entonces dijo Natán a David: “Tu eres aquel hombre”. ¡Que sorpresa! Lo más lejos que tenía el rey al condenar al hombre rico es que estaba juzgando su propia conducta. El texto dice que pidió muerte y que no se debía tener misericordia con tal persona. Afortunadamente aunque Dios lo castigó, tuvo piedad de él. Tratemos, hagamos un esfuerzo por ser humildes y no hacer leña del árbol caído.
Posted on 10:34:00 p. m. by Unknown and filed under
Ing. Rafael Mejía
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