Lic. Carlos Galán
En las postrimerías del Siglo XX Occidente celebró las exequias de los viejos paradigmas que sirvieron de guía e inspiración a varias generaciones de políticos.
La idea de un nuevo orden, que inicia con la Revolución de Octubre en Rusia y se consolida terminada la Segunda Guerra mundial, que a través de un sustento ideológico trajera consigo un hombre nuevo y una sociedad más justa y equitativa parecía confrontar con éxito al modelo de sociedad que durante siglos suponía una concentración de las riquezas en pocas manos y por vía de consecuencias una mayor desigualdad social.
A la clase política no le resultaba difícil asumir posiciones y tomar partidos. Su centro parecía determinado por la dicotomía ideológica del bien y el mal; de la libertad versus la cortina de hierro; de la democracia versus el totalitarismo; del socialismo versus el capitalismo. Una vez asumido el compromiso se tenía bien claro el propósito y los objetivos tácticos y estratégicos de la lucha política.
Eran los tiempos de ofrendas de la juventud rebelde que en post de un ideal entregaron lo mejor de sí incluyendo su propia existencia. Cuánto valor, perseverancia, dedicación y entrega.
Hoy aunque no se asiste al fin de la historia, las ideologías han cedido espacios al pragmatismo, las desigualdades se acrecientan, la concentración de las riquezas por igual. La economía se globaliza, la inseguridad, delincuencia y el crimen organizado también.
Las grandes economías todavía sufren las consecuencias de la crisis inmobiliaria y la posterior inestabilidad financiera, con sus inevitables secuelas para los demás países de economías medianas y pequeñas. Esto no ha sido obstáculo para un desarrollo sin precedente de la tecnología de la información y de serios intentos para avanzar hacia la economía de la innovación.
Este nuevo escenario plantea un serio problema de identidad a la clase política, pues, para un ejercicio exitoso de la misma, no basta con aplicar métodos viejos a realidades nuevas, en necesario definir claramente nuestro centro, cuál es nuestra prioridad y aspiración como políticos.
En la lucha por el poder político se puede elegir entre acometer o no un acto, lo que no se puede predecir es el beneficio o perjuicio que sobre nosotros o los demás pudiere general dicha acción. De ahí la importancia de definir nuestro centro y de quienes nos acompañan.
Así un acto de alianza estratégica o Pacto Tripartito firmado en Berlín el 27 de septiembre del 1940, entre Adolf Hitler, Saburo Kurusu y Galeazzo Ciano, generó consecuencias nefastas para la humanidad, pues, su pretensión de repartir el mundo en áreas de influencias, trajo consigo la agresión a otros países, el holocausto y un recrudecimiento de la Segunda Guerra Mundial, con la pérdida de más de 60 millones de vidas humanas y la destrucción de casi toda la infraestructura industrial. Con razón se afirma que el ser humano que logremos ser depende de nuestras decisiones no de nuestras condiciones.
En la actual economía de libre mercado todo lo que se oferta como bien o servicio, para ser demandado, requiere captar la atención, el interés y el deseo de las gentes. Ese mismo principio debe ser aplicado a la oferta política. Cuyo éxito estará supeditado además a la aplicación correcta de las leyes del márketing y una clara determinación de nuestro centro y de lo que aspiramos ser.
Tu accionar como político puede estar centrado indistintamente en: la esposa, familia, dinero, trabajo, posesiones, placeres, amigos, principios y en sí mismo. Una adecuada asesoría puede advertir a tiempo la inclinación, en algunos casos inconsciente, hacia una de esas dimensiones.
Cuando su fuente de seguridad y realización como político depende del dinero, no hay la menor duda de cuál es su centro. Esta disociación afecta las demás dimensiones y lógicamente van afectar tu futuro proyecto político.
El ser humano tiene necesidades afectivas y de socialización, en otras palabras, se debe a su familia y esposa, pero debe tener amigos, trabajar para obtener lo indispensable para vivir. Como se aprecia es casi imposible no ver estas dimensiones como un todo único.
La clase política debe actuar de manera lícita, es decir, actuar dentro del bien y aceptar que el político ideal, según Ricardo D. Hochtleiner, es una persona que se dedica honestamente a servir a la sociedad. En otras palabras son los principios que deben guiar nuestras acciones.
La respuesta a la pregunta de si soy una persona integral nos la plantea Ken Wilber, al afirmar que la solución de los problemas más urgentes que aquejan a nuestro planeta, depende del desarrollo de una visión integral.
Foto tomada de la lakatisma.blogspot.com